martes, 9 de junio de 2009

LA UNIVERSIDAD


Los racionalistas y amantes del conocimiento pensaron siempre que lo más grave que le podía pasar a una sociedad es la crisis de la razón, la ausencia de intelectuales que aporten a la modernidad el más puro de los productos que ésta ha conseguido: la ciencia, muy lejana a las nociones abstractas de modernidad y progreso impuestas por el neoliberalismo.
Por lo tanto, y no sin razón, durante los último años se alzo el debate acerca del fin científico que promueve en autenticidad la universidad. Bajo la lógica del sistema capitalista arriba expuesto, está misión de la universidad tiene como objetivo supremo la generación de la riqueza y el fortalecimiento de la sociedad de consumo. La mentalidad y la filosofía de la universidad y otro tipos de instituciones de hoy apuntan a ese sentido universal.
Por ese motivo la universidad se disvirtúa, pierde su sentido inicial y primario y se convierte en una fábrica de autómatas que luego formarán parte del sistema que los creó. La universidad no es más el centro en el que se discute el progreso de la humanidad, sino más bien del sistema y su producto final: la acumulación del capital.
La crisis de la universidad adquiere entonces un matiz más amplio. No hablamos solamente de una crisis que repercute en deficiente calidad educativa o mediocre concepto de la cátedra universitaria y sus elementos sino también de la falta de planificación, razón por la cual pierde altura moral para sus luchas. Hablamos realmente de que la universidad es un pobre enfermo en fase terminal.
No significa esto que la razón se haya paralizado. Las inteligencias estan allí, van a las universidades y salen de éstas, muchas de ellas construyen su propio camino en pro de la autonomía pero sin contar con medios sostenibles que ayuden para obtener el mayor ingrediente del verdadero aprendizaje: el cuestionamiento. Recalco que las inteligencias están intactas y quizás crecientes. No es ese el problema central.
Hay algo que los racionalistas no han tomado en cuenta al menos los racionalistas extremos o los positivistas extremos, la razón no era suficiente para que la sociedad sea mejor. La universidad tanto como los medios educativos se han esmerado mucho en transformar la materia, pero no han direccionado la utilidad o fin de esa transformación: la construcción de una sociedad justa, libre e igualitaria. Estregados a esta lógica del sistema los estudiantes y los docentes han perdido la capacidad de admirar su realidad y de entregarse al sueño y lucha de crear mundos posibles.
Touraine afirma que "la modernidad no es necesariamente sinónimo de capitalismo", al convertirse en eso la modernidad pierde su sentido humano y se contradice. La modernidad debe convertirse en sinónimo de humanismo. Si la modernidad está marcada por la razón, entonces la razón debe direccionarse hacia el humanismo, servir a él y no al gran capital.
Y la universidad ni ningún otro medio educativo deben seguir ese juego macabro de capitalismo salvaje que los han condenado a sus letargos y a sus decadencias. Ambos aparatos educativos deben elevarse sobre la sociedad para asumir su rol histórico de conducirla sin ningún acondicionamiento mercantilista. Nuevamente la marcha y la voz de las inteligencias que siendo fieles a su razonamiento critican un sistema socialmente injusto.
Es tarea de todos, es decir, los honestos intelectuales, de presidir tal clamor que necesariamente debe generalizarse en una lucha verdadera y con convicción.

No hay comentarios:

Publicar un comentario